La 057
transitaba rauda por la carrera trece. Ante la mano levantada de impacientes
usuarios, frenaba secamente en medio de la populosa avenida, y tiraba contra la
registradora maletines, sombrillas, carteras, mujeres, una caja de dientes y
una vieja gorda, que lanzaba toda clase de improperios contra los progenitores
del chofer, en por lo menos cinco generaciones. El chofer no decía nada. La
miraba por el retrovisor, mientras que los usuarios capoteaban los carros para
subirse en la congestionada buseta.
Luego de
una acrobática subida, los nuevos pasajeros se colgaban abruptamente,
convirtiéndose en otras de las tantas víctimas del insufrible transporte
público que agobia a Bogotá.
Un
vendedor escalabraba a quienes no lograban esquivar la contundente punta de su
portafolios, objeto frecuente, pero poco práctico, en las busetas. Un niño era
cruelmente estripado contra el borde de una silla, ante su madre impotente,
pues padecía igual infortunio en medio de dos gordos descomunales.
Callos y
juanetes eran pisados inmisericordemente por gente que trataba de bajar
desesperada, ante la amenaza de arrancar que daba el chofer. Todos trataban de
soportar estoicamente los empujones, pero alcanzaban a reflejar en su rostro
cierta contrariedad. Toda clase de olores y humores salían a flote y ambientaban la cotidiana buseta y
era imposible abrir las ventanas. Parecían selladas.
Un
hombre de sonrisa estúpida subió saludando a quienes estaban sentados junto a
la puerta -¿Quién diablos se sube sonriendo tranquilamente a una buseta
atestada de gente?- Muy cortésmente saludó al chofer, pagó su pasaje y pasó la
registradora. Soportó los empellones con valentía, incluso con agrado. ¡Era increíble! La buseta frenaba bruscamente
y mandaba la gente hacia adelante y luego arrancaba con fuerza, devolviéndola
hacia atrás. Aquel tipo gozaba este tormento. ¡Sonreía más y más! Parecía extasiado y disfrutaba el viaje en la 057.
-¡Oiga
viejo &*%#$!... ¿Cree que lleva vacas o qué? -grito al chofer la pobre
vieja gorda, irritada con las sacudidas. El chofer la miró de nuevo por el retrovisor
y frenó en seco. La cabeza de la gorda quedó incrustada entre la oreja de la
registradora. La voluminosa figura de la señora, hizo que algunos pensaran que
en realidad si llevaba algunas vacas.
-¡Estos
choferes son unos animales! -se oyeron los comentarios de la gente.
-¡Es
indignante viajar en buseta!
-¡Es el
martirio más grande que hay!
Aquel
hombre seguía con su sonrisa extasiada.
-¡Oiga
pendejo! ¿Usted de que se ríe? -preguntó
alguien que no resistió ver aquella cara de felicidad, sin justificación aparente.
-Del
placer que me produce viajar en buseta -respondió cortésmente.
Una
exclamación general se escuchó. Debía tratarse de algún masoquista, tal vez,
miembro de una de las tantas comisiones de paz o quizás era un árbitro de
fútbol.
Todos lo
miraban fijamente. Estupefactos.
-Pero no
hagan esa cara -dijo divertido- La buseta es uno de los pocos transportes
agradables que existen en el mundo.
Nuevamente se escuchó la exclamación
general. De no ser porque la gente estaba ocupada sosteniéndose del tubo, de
los asientos, del novio o del vecino, lo hubieran linchado sin compasión.
-Por un
costo irrisorio -continuó-, recibimos el servicio de transporte y un ‘city tour’
por Bogotá. La ruta recorre toda la ciudad antes de llevarnos a nuestro
destino.
Todos
escuchaban con atención. Aquel extraño sujeto hablaba con fluidez y seguridad e
imponía a su voz un tono tranquilizante.
-...Y
son muchos más los servicios que presta la buseta. Por ejemplo, el baño turco
al natural.
Todos se
miraba y se daban cuenta que estaban sudando copiosamente. En realidad estaban
en un baño turco.
-Es
lógico -siguió- el vapor de todos crea el ambiente especial para un baño turco
al natural, lo que resulta mucho más saludable.
Lo que
decía este hombre tenía sentido. La gente empezaba a ver las cualidades de la
buseta, algo nunca hecho antes.
-La
buseta también ofrece el servicio de masajes -retomó la palabra- haciendo que
el viaje sea confortable. Este es un servicio cooperativo, donde todos
participamos. Es un masaje circular, que beneficia, sobre todo, la cintura y la
espalda.
Los
pasajeros de la 057 estaban maravillados. Todo cuanto decía era cierto. Para
constatarlo, empezaron a correrse de atrás hacia adelante y viceversa. Lo
hacían por turnos. Incluso, las personas sentadas cambiaban sus sitios con las
que estaban de pie, para obtener también el beneficio de los masajes. La buseta
se convirtió en un verdadero carrusel, donde los pasajeros se frotaban y
masajeaban mutuamente, procurando darle descanso a los músculos del cuerpo.
Indudablemente, las jóvenes de minifalda resultaban muy beneficiadas con el
masaje de muslos, cintura e intermedias.
-Como si
esto fuera poco -habló nuevamente- la buseta nos presta el maravilloso servicio
de recreación, ya que imita la diversión de una ciudad de hierro: Cuando la
buseta frena y arranca violentamente, recibimos el efecto de ‘el látigo'.
Cuando la buseta baja por una avenida ondular, promediando los 120 kms por
hora, sentimos la sensación inigualable de ‘la montaña rusa'. Además, no
debemos negar que los conductores de buseta son unos magos para hacernos sentir
el efecto de los ‘carros chocones'. ¿¡Qué
más podemos pedir!?
La gente
estaba admirada. Algunos tenían un terrible sentimiento de culpa por haber
renegado tanto de un transporte que ahora descubrían asombroso, gracias a ese
hombre extraordinario, que ahora se tornaba en el redentor de las busetas. Una
beata daba gracias al cielo. Pensaba que debía ser un santo enviado para
aliviarnos las fatigas de este mundo.
La 057
era un verdadero carnaval. La gente iba y venía de atrás para adelante,
masajeándose mutuamente. El chofer, consecuente con los pasajeros, manejaba por
la trece en forma de zigzag y producía el efecto de ‘la licuadora'. Todos reían
y gozaban, al tiempo que disfrutaban del baño turco al natural. Las pocas
ventanas que estaban abiertas, habían sido cerradas para no dejar escapar el
vapor. Incluso, surgió otro servicio, uno de tipo social: El de la
redistribución equitativa de bienes (carteras, billeteras, relojes, etc.).
De repente, la buseta fue detenida en un retén, pero
éste era diferente: Los agentes estaban vestidos de blanco. En lugar de
patrullas, había parqueadas ambulancias. Las armas eran estetoscopios y paletas
orales. Tres tipos grandísimos cargaban varios chalecos, parecían antibalas,
pero luego se supo que no lo eran. Uno de ellos se acercó a la buseta.
-Discúlpenos
la incomodidad -se notaba que no eran policías- un loco muy peligroso se escapó
del hospital psiquiátrico de Sibaté. Sufre de ‘busetomanía' -de repente se
interrumpió- Ahí está -gritó a sus compañeros- Que no escape!.
Los tres
hombres corrieron hasta la buseta y sacaron a la fuerza al ‘santo' de la beata.
-Los
santos siempre serán perseguidos- Decía ella mientras se persignaba y suplicaba
al cielo.
Todo
pasó. Aquel hombre fue llevado a la ambulancia, luego de que le colocaron
cuatro chalecos de fuerza. El retén fue levantado y la 057 siguió su camino.
Pero sus pasajeros nunca olvidarán a aquel hombre maravilloso. Por eso, cuando
usted viaje en buseta y se suba un tipo con sonrisa estúpida, no se burle, esa
persona sabe que la felicidad viaja en buseta.
Escrito de humor publicado por Siglorama en 1989
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