lunes, 28 de diciembre de 2015

PALABRAS COLGADAS DEL TECHO

Escribo porque hay un impulso interno que me obliga, aunque es una tortura que duele. Soy masoquista, el dolor de la escritura es una necesidad que me ayuda a respirar, que hace que mi sangre circule. Escribo porque las frases y las palabras me asaltan, a veces se esconden, quedan las ideas, pero las palabras se niegan a salir. Se divierten escondidas en algún rincón del cerebro, entre la percepción y la memoria. Se burlan de mí.

Escribo porque hay cosas que el mundo necesita leer, bueno, no todo el mundo, sino mi vecino, un amigo, quizás mi hermano. Escribo en secreto, ellos no saben que les estoy escribiendo, tampoco leen, no les importa, pero les escribo porque es necesario decirles lo que escribo.

Si no lo hago exploto, salgo volando en pedazos de mil palabras no escritas. No imagino mi estudio untado de frases y palabras, en el techo, en las paredes, escurriendo hasta llegar al piso. Palabras deformadas por la explosión, incompletas, con letras colgadas de los libros o de los bombillos.

A veces me encierro en mi tortura, las palabras están ahí, quieren salir, pero no las dejo, me quedo quieto, sentado en una silla, paralizado, y ellas se desesperan y saltan en mi cabeza, gritan de rabia porque no las dejo. Y pasan los días hasta que se aquietan, cansadas de su intento. Entonces, en el computador, escribo como loco desbordado. Es un vómito de mil palabras.

viernes, 27 de noviembre de 2015

LOS OBJETOS INÚTILES

1.       Inútil colmena

¿Es útil mi apartamento o sólo es una cueva inútil que me permite creer que me protege de las tempestades? Es la cueva que me marcó como ser sedentario y me obliga a regresar cada noche sin permitirme ser una libélula que viaja por los pantanos del mudo.

Estoy rodeado de inútiles cosas útiles, o que creo útiles, pero que en realidad me amarran a viejas nostalgias, retratos de lo que una vez fue y tengo la esperanza de reconstruir con la mirada, de volverlas a crear en la mente y hacer vibrar el corazón en un acto continuamente tortuoso de melancolía.

Son útiles por objetos e inútiles por esencia. Traspaso la puerta y dejo la calle y sus tribulaciones que nos atraen y repelen; el silencio que ahoga descansa los oídos y subo la colmena que me hace creer civilizado. Civilizado, palabra inútil que mata la naturaleza con el uso de la razón inútil.

Llego al descanso del cuarto, piso y atravieso la segunda puerta y siento la armonía del lugar, o la que creo armonía, pero que en realidad la olvidó el piano que le robó las últimas notas al espíritu de la creación.



2.       Colección inútil

El viejo moño que condenó mis años, pestañea verde, como si fuera un adorno que resalta las mil y una historias del pasado.

La sincard que en su profundo cuadrado guarda las llamadas de la ausencia.

El reloj que reposa contra una caja de mil batallas, marca la hora exacta de las melancolías al alba y entristece por su falta de presente.

En el piso, un montón de culebras que se conectan a ninguna parte y guardan el silencio de la voz que una vez fue.

El viejo flash de una cámara sin retrato que mira atento para no ser olvidado.

Cien adornos escondidos en una oscura maleta roja, que se saben inútiles por guardados y piden recobrar la vida, sobre maderas de entre paños y libros, viejos amigos antes trasteos peregrinos.



3.       La útil falacia de los objetos

Estamos rodeados de inutilidades:
Libros guardados que una vez leímos, a veces a medias, y luego quedaron mirándonos con su lomo, llamándonos para retomarlos, reclamándonos su inutilidad por estar cerrados.

Sacaganchos cada vez más tristes, porque no hay manera de quitar las grapas del PDF, que recuerdan sus gloriosas batallas entre cientos de fotocopias.

Bitácoras que guardan en sus registros viajes remotos y recuerdan con dulzura la nostalgia de la memoria.

Trofeos opacos que perpetúan el logro de tantos sueños ahora en el olvido.


Objetos inútiles que sólo cobran vida al conectarse con las imágenes del recuerdo, hablan callados a través de una extraña oralidad ausente.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

CALLE (Amanda Casallas)

Calle que me asusta calle
Calle de ojos lascivos, miradas atrevidas
Calle que me agrede

Calle que me asusta
Esconde las manos del abuso
Guarda el susurro y el gesto del morboso

Calle que me asusta calle
de callejuelas escondidas
y callejones oscuros

Con potreros tenebrosos
y la luna de testigo
Calle que me asusta calle

Del machismo construida

miércoles, 24 de junio de 2015

Del libro que estoy preparando:

2
En urgencias vigía impotente de la noche
con sedada paciencia acaricia tu cabeza
en el inicio de una larga pesadilla
o quizás sólo su continuación severa

Te abrazas a tu cuerpo en huesos consumido
con más angustia que en noches del pasado
En coma separada del mundo
conectada a máquinas que titilan la vida

Lágrimas de madre resignada
asumen con temor el porcentaje fatalista
pronóstico en reserva de las batas blancas
Contempla la imagen que acompañe su partida

Veinte días de angustia desfila su agonía
Florece en su ventana el segundo milagro
La vida sobre las sombras se impone
No es su hora todavía No lo es No es