martes, 28 de enero de 2014

LA FELICIDAD VIAJA EN BUSETA


       La 057 transitaba rauda por la carrera trece. Ante la mano levantada de impacientes usuarios, frenaba secamente en medio de la populosa avenida, y tiraba contra la registradora maletines, sombrillas, carteras, mujeres, una caja de dientes y una vieja gorda, que lanzaba toda clase de improperios contra los progenitores del chofer, en por lo menos cinco generaciones. El chofer no decía nada. La miraba por el retrovisor, mientras que los usuarios capoteaban los carros para subirse en la congestionada buseta.

       Luego de una acrobática subida, los nuevos pasajeros se colgaban abruptamente, convirtiéndose en otras de las tantas víctimas del insufrible transporte público que agobia a Bogotá.

       Un vendedor escalabraba a quienes no lograban esquivar la contundente punta de su portafolios, objeto frecuente, pero poco práctico, en las busetas. Un niño era cruelmente estripado contra el borde de una silla, ante su madre impotente, pues padecía igual infortunio en medio de dos gordos descomunales.

       Callos y juanetes eran pisados inmisericordemente por gente que trataba de bajar desesperada, ante la amenaza de arrancar que daba el chofer. Todos trataban de soportar estoicamente los empujones, pero alcanzaban a reflejar en su rostro cierta contrariedad. Toda clase de olores y humores salían  a flote y ambientaban la cotidiana buseta y era imposible abrir las ventanas. Parecían selladas.

       Un hombre de sonrisa estúpida subió saludando a quienes estaban sentados junto a la puerta -¿Quién diablos se sube sonriendo tranquilamente a una buseta atestada de gente?- Muy cortésmente saludó al chofer, pagó su pasaje y pasó la registradora. Soportó los empellones con valentía, incluso con agrado.  ¡Era increíble! La buseta frenaba bruscamente y mandaba la gente hacia adelante y luego arrancaba con fuerza, devolviéndola hacia atrás. Aquel tipo gozaba este tormento.  ¡Sonreía más y más! Parecía extasiado y disfrutaba el viaje en la 057.

       -¡Oiga viejo &*%#$!... ¿Cree que lleva vacas o qué? -grito al chofer la pobre vieja gorda, irritada con las sacudidas. El chofer la miró de nuevo por el retrovisor y frenó en seco. La cabeza de la gorda quedó incrustada entre la oreja de la registradora. La voluminosa figura de la señora, hizo que algunos pensaran que en realidad si llevaba algunas vacas.

       -¡Estos choferes son unos animales! -se oyeron los comentarios de la gente.
       -¡Es indignante viajar en buseta!
       -¡Es el martirio más grande que hay!

       Aquel hombre seguía con su sonrisa extasiada.
       -¡Oiga pendejo!  ¿Usted de que se ríe? -preguntó alguien que no resistió ver aquella cara de felicidad,  sin justificación aparente.
       -Del placer que me produce viajar en buseta -respondió cortésmente.
       Una exclamación general se escuchó. Debía tratarse de algún masoquista, tal vez, miembro de una de las tantas comisiones de paz o quizás era un árbitro de fútbol.

       Todos lo miraban fijamente. Estupefactos.
       -Pero no hagan esa cara -dijo divertido- La buseta es uno de los pocos transportes agradables que existen en el mundo.
       Nuevamente se escuchó la exclamación general. De no ser porque la gente estaba ocupada sosteniéndose del tubo, de los asientos, del novio o del vecino, lo hubieran linchado sin compasión.
       -Por un costo irrisorio -continuó-, recibimos el servicio de transporte y un ‘city tour’ por Bogotá. La ruta recorre toda la ciudad antes de llevarnos a nuestro destino.

       Todos escuchaban con atención. Aquel extraño sujeto hablaba con fluidez y seguridad e imponía a su voz un tono tranquilizante.
       -...Y son muchos más los servicios que presta la buseta. Por ejemplo, el baño turco al natural.
       Todos se miraba y se daban cuenta que estaban sudando copiosamente. En realidad estaban en un baño turco.
       -Es lógico -siguió- el vapor de todos crea el ambiente especial para un baño turco al natural, lo que resulta mucho más saludable.
       Lo que decía este hombre tenía sentido. La gente empezaba a ver las cualidades de la buseta, algo nunca hecho antes.

       -La buseta también ofrece el servicio de masajes -retomó la palabra- haciendo que el viaje sea confortable. Este es un servicio cooperativo, donde todos participamos. Es un masaje circular, que beneficia, sobre todo, la cintura y la espalda.
       Los pasajeros de la 057 estaban maravillados. Todo cuanto decía era cierto. Para constatarlo, empezaron a correrse de atrás hacia adelante y viceversa. Lo hacían por turnos. Incluso, las personas sentadas cambiaban sus sitios con las que estaban de pie, para obtener también el beneficio de los masajes. La buseta se convirtió en un verdadero carrusel, donde los pasajeros se frotaban y masajeaban mutuamente, procurando darle descanso a los músculos del cuerpo. Indudablemente, las jóvenes de minifalda resultaban muy beneficiadas con el masaje de muslos, cintura e intermedias.

       -Como si esto fuera poco -habló nuevamente- la buseta nos presta el maravilloso servicio de recreación, ya que imita la diversión de una ciudad de hierro: Cuando la buseta frena y arranca violentamente, recibimos el efecto de ‘el látigo'. Cuando la buseta baja por una avenida ondular, promediando los 120 kms por hora, sentimos la sensación inigualable de ‘la montaña rusa'. Además, no debemos negar que los conductores de buseta son unos magos para hacernos sentir el efecto de los ‘carros chocones'.  ¿¡Qué más podemos pedir!?

       La gente estaba admirada. Algunos tenían un terrible sentimiento de culpa por haber renegado tanto de un transporte que ahora descubrían asombroso, gracias a ese hombre extraordinario, que ahora se tornaba en el redentor de las busetas. Una beata daba gracias al cielo. Pensaba que debía ser un santo enviado para aliviarnos las fatigas de este mundo.

       La 057 era un verdadero carnaval. La gente iba y venía de atrás para adelante, masajeándose mutuamente. El chofer, consecuente con los pasajeros, manejaba por la trece en forma de zigzag y producía el efecto de ‘la licuadora'. Todos reían y gozaban, al tiempo que disfrutaban del baño turco al natural. Las pocas ventanas que estaban abiertas, habían sido cerradas para no dejar escapar el vapor. Incluso, surgió otro servicio, uno de tipo social: El de la redistribución equitativa de bienes (carteras, billeteras, relojes, etc.).

De repente, la buseta fue detenida en un retén, pero éste era diferente: Los agentes estaban vestidos de blanco. En lugar de patrullas, había parqueadas ambulancias. Las armas eran estetoscopios y paletas orales. Tres tipos grandísimos cargaban varios chalecos, parecían antibalas, pero luego se supo que no lo eran. Uno de ellos se acercó a la buseta.
       -Discúlpenos la incomodidad -se notaba que no eran policías- un loco muy peligroso se escapó del hospital psiquiátrico de Sibaté. Sufre de ‘busetomanía' -de repente se interrumpió- Ahí está -gritó a sus compañeros- Que no escape!.
       Los tres hombres corrieron hasta la buseta y sacaron a la fuerza al ‘santo' de la beata.
       -Los santos siempre serán perseguidos- Decía ella mientras se persignaba y suplicaba al cielo.


       Todo pasó. Aquel hombre fue llevado a la ambulancia, luego de que le colocaron cuatro chalecos de fuerza. El retén fue levantado y la 057 siguió su camino. Pero sus pasajeros nunca olvidarán a aquel hombre maravilloso. Por eso, cuando usted viaje en buseta y se suba un tipo con sonrisa estúpida, no se burle, esa persona sabe que la felicidad viaja en buseta.

Escrito de humor publicado por Siglorama en 1989