Sentado
en la silla de visitantes, Alberto contemplaba a través de la puerta entre
abierta de su habitación, la discusión de dos hombres de mediana edad que
trataban de hacerlo discretamente, sin conseguirlo. Pasaban de un lado a otro
manoteando con gestos de preocupación. Alberto intentaba escuchar lo que decían
en aquel seseo lejano que era tapado por el sonido del televisor que daba los
titulares del noticiero del medio día.
Alberto llevaba quince días recluido
en el hospital, sus estudiantes en las universidades no habían vuelto a recibir
sus clases, y consideraba que dos semanas eran un retraso muy largo para un
semestre. Le molestaba la pérdida de tiempo y, sobre todo, pensar que seguramente
sería reemplazado por otro profesor y que su programa no podría ser concluido.
En el corredor, el seseo de las
voces se alteraba. Trató de inclinarse hacia la puerta como si con eso pudiera aclarar
el sonido; lo sorprendió que la puerta se abriera de sopapo.
-Hola Alberto. ¿Cómo va esa
recuperación? –dijo Oscar al entrar en la habitación.
Oscar era su exalumno predilecto de
los últimos años. Juntos tenían planes y proyectos. Esta era la segunda vez que
lo visitaba en el hospital.
-¡Y bueno! ¡Pero que sorpresa!
–Alberto intentó pararse a saludarlo,
pero Oscar llegó hasta él y lo abrazó antes de que lo hiciera. La puerta
completamente abierta, descubría a los dos hombres que vestidos de paño ahora
miraban sorprendidos hacia el interior de la habitación-. Cerrá la puerta, esta
bata de enfermo hospitalizado no es muy presentable para atender extraños.
Oscar de devolvió apresurado y con
gesto de disculpa cerró la puerta ante los hombres que retomaron su discusión.
-Y es que sos un desocupado que se
da el lujo de visitar enfermos a pleno medio día –reclamó Alberto con alegría.
-Tengo cita para almorzar con María
aquí en la Santoto y luego ir a cine.
-¿Y qué van a ver?
-La noche de los lápices
-¡Y esa viejera! Vos ya la viste.
-Pero María no. La están presentando
en el ciclo de cine argentino del MAM.
-Pero llevala a otra cosa. ¡Pobre
mina! Tener que aguantarse ese drama.
-Se la pusieron en la universidad.
-¡Bah! Y es que los profesores no
saben otra cosa que andar martirizando a los pobres estudiantes con los
sufrimientos del cine de la dictadura argentina. ¡Me revienta!
-A mí me gustó mucho esa película.
-Bueno, y sí, pero ya basta. Es
demasiado hurgar en la llaga. Hay otras cosas que vale la pena ver… Un cine más
inteligente y menos lloroso… Aristaraín, Solanas… Aunque sea Subiela.
-No te gusta Olivera…
-¡Y bueno! ¡Tiene otras películas!
-Yo creo que no está mal que se
recuerde la crueldad de una dictadura, los pueblos a veces parecen olvidarlo.
El noticiero en el televisor empezó
a mostrar imágenes sobre la marcha de los estudiantes y la convocatoria a la
séptima papeleta. Las elecciones de marzo y las declaraciones de Álvaro Gómez y
Horacio Serpa hablando sobre la importancia de redactar una nueva constitución
política. La enfermera entró afanada y se acercó hasta Alberto, empezó a
revisar el suero. La puerta quedó abierta y en el pasillo seguían discutiendo
los dos hombres, uno se cogía la cabeza con desesperación.
-Ya casi tengo que cambiarle el
suero, profesor carrasco –dijo la enfermera.
-Si quiere puede traer otro
frasquito –dijo socarrón Alberto- tengo un invitado a almorzar.
Una mujer mayor se acercó hasta los
dos hombres. Se veía muy enojada. Empezó a regañarlos; “debe ser la madre
–pensó Alberto- Santo Dios, y los trata como a dos chiquillos”. El más alto
parecía ser el menor. Ambos vestían de paño impecable y la mujer muy elegante, lo
que contrastaba con su gesto de enfado. Carrasco estaba seguro que era la
familia del hombre que estaba en la habitación de al lado, que según había
sabido, estaba en coma. La enfermera salió y cerró la puerta.
-Bueno profe Carrasco, necesito que
se alivie pronto, yo creo que ahora sí nos va a salir el proyecto de radio
–dijo Oscar con entusiasmo.
-Pues yo estoy poniendo todo de mi
parte, pero tenés que hablar con esta bendita neumonía que es la que no se ha
enterado de nuestros proyectos.
-En serio –La expresión de Oscar se
tornó preocupada-, ¿qué dice el médico?
-¡Y nada! Que debo estar aquí
chupando oxígeno y haciendo exámenes hasta que ceda la infección. Ahora me lo
quitaron para ver cómo seguía –Cambió el tema con un gesto de interés abrupto-.
¿Y vos sí crees que la emisora acepte el proyecto? Porque si es así me alivio
ya.
Link cuento completo: La habitación del vecino
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