Esta
mañana sentí una enorme tristeza cuando supe la noticia de la muerte de Amos
Oz, uno de mis escritores preferidos de los últimos años. Me enteré en
Facebook, alguien compartió la noticia publicada en El País de España. Sentí
como se hubiera muerto un amigo cercano, y es que es inevitable sentir a los
escritores cercanos, aquellos que lo acompañan a uno con sus historias, como un
amigo. ¿Cuántas veces se acuesta uno con ellos, o incluso, amanece acompañado
de uno de sus libros?
Mi
libro favorito suyo es “La bicicleta de Sumji”, amo ese libro, su historia y
sus personajes, a Esti ese primer amor a través de una bicicleta que se
convierte en un tren, un perro, un sacapuntas y en ese amor infantil
adolescente del final. Cuando mi querido amigo Jerónimo García Riaño escribió
“El día de los tres goles” sentí una emoción enorme, a pesar de ser tan
diferente, tenía esa magia de Oz en “La bicicleta de Sumji”. Es extrañamente
grato que un amigo cercano escriba algo que le permita identificarlo con uno de
los grandes escritores, Jerónimo está en plenitud de vida, está escribiendo,
mientras Amos Oz nos dejó.
La
pesadumbre me acompañó a lo largo del día, salí acompañado de su libro “Versos
de vida y muerte”, mi esposa tuvo aquellos compromisos de fin de año con amigos. Almorcé en “El
Caguán” un restaurante criollo a la
vuelta de mi casa, releí el libro en el restaurante, en mi caminata por Palermo
y luego por la calle 45, hasta llegar a Transmilenio. Caminé despacio mientras
leía, mientras gozaba con “El autor”, protagonista de la novela. Tomé la ruta “6 Universidades” y
luego caminé por la Tercera, recordando esas calles de Las Aguas de cuarenta
años atrás, cuando mi mamá me llevaba a visitar a Teresita De Hermida y yo me
fascinaba con su vieja tienda de vitrinas de madera con pasadores.
Hablé
con las calles de La Candelaria, con aquella casa esquinera de La Concordia,
con las chicherías de la segunda y El Chorro de Quevedo, con el Restaurante
Roma, abajo de la Universidad de La Salle, por la carrera once, caminé muy
despacio mientras leía “Versos de vida y muerte”, como si caminar y leer fuera
un ejercicio totalmente natural. Llegué al café Juan Valdez del Centro Cultural
Gabriel García Márquez, la imponente estructura arquitectónica de Salmona, pedí
un Café Colina y me senté en la terracita sobre La sexta y seguí leyendo.
Y
fue inevitable que mientras leía se me ocurrieran historias de la gente, de las
calles, algunas propias de mi nostalgia, La Candelaria es nostalgia para los
bogotanos, sobre todo, aquellos que la atravesamos durante años de nuestra
niñez por la carrera cuarta, en un transporte de “Buses amarillos y rojos”
desde el barrio Olaya, en el sur de Bogotá, al Parque San Diego.
Mientras
“La Mona” está mujer tradicional que en la esquina interpreta su música me acompaña
con sus acordes clásicos, sigo leyendo a Oz y gozando sus ideas disparatadas de
escritor que le monta historias a la gente, en el café, en la calle, en el
auditorio.
Otra
vuelta a La Candelaria por el lado del Teatro Colón y su historia de dos siglos
y medio, a la Plaza de Bolívar, a las sombrererías de la once, a las historias
futuras que aguardan cada sombrero, el Barbisio, el Gardeleano, el Indiana,
cabezas de vidas con hombres frustrados, aventureros, galanes, tramposos y
hasta escritores.
Regresé
por la Once hasta la tercera, ya de noche, siguiendo la iluminación de navidad,
volví al Chorro y a las mil historias de cada ser humano, algunas tan reales
como la propia imaginación de la vida. Ese fue mi homenaje a Amos Oz hoy, el
día que nos abandonó, a sus 79 años, acompañado de su novela “versos de vida y
muerte”, de las histoiras de “El autor", su protagonista. Amos Oz siempre vivirá
en sus libros y en el corazón de quienes lo hemos leído.
Diciembre
28 de 2018

