viernes, 28 de diciembre de 2018

CAMINAR Y LEER, Pequeño homenaje personal a Amos Oz


Esta mañana sentí una enorme tristeza cuando supe la noticia de la muerte de Amos Oz, uno de mis escritores preferidos de los últimos años. Me enteré en Facebook, alguien compartió la noticia publicada en El País de España. Sentí como se hubiera muerto un amigo cercano, y es que es inevitable sentir a los escritores cercanos, aquellos que lo acompañan a uno con sus historias, como un amigo. ¿Cuántas veces se acuesta uno con ellos, o incluso, amanece acompañado de uno de sus libros?

Mi libro favorito suyo es “La bicicleta de Sumji”, amo ese libro, su historia y sus personajes, a Esti ese primer amor a través de una bicicleta que se convierte en un tren, un perro, un sacapuntas y en ese amor infantil adolescente del final. Cuando mi querido amigo Jerónimo García Riaño escribió “El día de los tres goles” sentí una emoción enorme, a pesar de ser tan diferente, tenía esa magia de Oz en “La bicicleta de Sumji”. Es extrañamente grato que un amigo cercano escriba algo que le permita identificarlo con uno de los grandes escritores, Jerónimo está en plenitud de vida, está escribiendo, mientras Amos Oz nos dejó.

La pesadumbre me acompañó a lo largo del día, salí acompañado de su libro “Versos de vida y muerte”, mi esposa tuvo aquellos compromisos  de fin de año con amigos. Almorcé en “El Caguán”  un restaurante criollo a la vuelta de mi casa, releí el libro en el restaurante, en mi caminata por Palermo y luego por la calle 45, hasta llegar a Transmilenio. Caminé despacio mientras leía, mientras gozaba con “El autor”, protagonista de  la novela. Tomé la ruta “6 Universidades” y luego caminé por la Tercera, recordando esas calles de Las Aguas de cuarenta años atrás, cuando mi mamá me llevaba a visitar a Teresita De Hermida y yo me fascinaba con su vieja tienda de vitrinas de madera con pasadores.
 
Hablé con las calles de La Candelaria, con aquella casa esquinera de La Concordia, con las chicherías de la segunda y El Chorro de Quevedo, con el Restaurante Roma, abajo de la Universidad de La Salle, por la carrera once, caminé muy despacio mientras leía “Versos de vida y muerte”, como si caminar y leer fuera un ejercicio totalmente natural. Llegué al café Juan Valdez del Centro Cultural Gabriel García Márquez, la imponente estructura arquitectónica de Salmona, pedí un Café Colina y me senté en la terracita sobre La sexta y seguí leyendo.

Y fue inevitable que mientras leía se me ocurrieran historias de la gente, de las calles, algunas propias de mi nostalgia, La Candelaria es nostalgia para los bogotanos, sobre todo, aquellos que la atravesamos durante años de nuestra niñez por la carrera cuarta, en un transporte de “Buses amarillos y rojos” desde el barrio Olaya, en el sur de Bogotá, al Parque San Diego.

Mientras “La Mona” está mujer tradicional que en la esquina interpreta su música me acompaña con sus acordes clásicos, sigo leyendo a Oz y gozando sus ideas disparatadas de escritor que le monta historias a la gente, en el café, en la calle, en el auditorio.

Otra vuelta a La Candelaria por el lado del Teatro Colón y su historia de dos siglos y medio, a la Plaza de Bolívar, a las sombrererías de la once, a las historias futuras que aguardan cada sombrero, el Barbisio, el Gardeleano, el Indiana, cabezas de vidas con hombres frustrados, aventureros, galanes, tramposos y hasta escritores.

Regresé por la Once hasta la tercera, ya de noche, siguiendo la iluminación de navidad, volví al Chorro y a las mil historias de cada ser humano, algunas tan reales como la propia imaginación de la vida. Ese fue mi homenaje a Amos Oz hoy, el día que nos abandonó, a sus 79 años, acompañado de su novela “versos de vida y muerte”, de las histoiras de “El autor", su protagonista. Amos Oz siempre vivirá en sus libros y en el corazón de quienes lo hemos leído.

Diciembre 28 de 2018