Estás caminando por la calle, de
repente te sientes contra la pared, un brazo te aprieta el cuello y te sostiene
de la muñeca. Otro tipo te sujeta el otro brazo y te amenaza con un puñal.
Son tres jóvenes, no pasan de 20
años, sus caras tienen más miedo que tú, se afanan y se atropellan. Sus ojos
están llenos de odio y resentimiento. Con la boca te sacan la argolla de tu
dedo y del de tu esposa. Te quitan el morral y a ella el bolso, te sacan la
cartera del bolsillo, las gafas caen al piso. En menos de cinco minutos se han
llevado tus pertenencias, la baratija de rolex de doce mil pesos, los
documentos y la tarjeta debito sin un centavo, el morral azul de Uniminuto y el
bolso arhuaco de tu esposa con su estuche de maquillaje, sus llaves, su cartera
con todos los documentos y los 150 mil pesos que entre los dos reuníamos. Así
como aparecieron, así se fueron.
A los momentos de miedo le siguen
los de rabia, indefensión, desasosiego; todo tu cuerpo tiembla y quieres matar
a alguien y no sabes a quién. La adrenalina de ellos ee durante el atraco. la tuya
después. Luego viene la sensación de culpa, ese in
menso vacío interior que no
sabes cómo llevar: ¿¡Si hubieras llamado un taxi!? Pero nada, el destino estaba
escrito, teníamos una cita con los atracadores, por eso no salimos cinco
minutos antes, ni cinco minutos después.
Lo que más siento es el disco
duro y la grabadora digital, no por su valor, sino por los archivos de trabajo
del primer semestre de este año del disco,
y las grabaciones del documental sonoro que estoy haciendo que no
descargue de la grabadora. Entonces sientes que te atropella el no haber hecho
las cosas: No haber hecho la copia de seguridad mensual del disco duro que
siempre hacía y que este año no hice, no haber llamado el taxi. ¿¡Por qué
diablos teníamos que salir a la esquina a cogerlo!?
En realidad, el balance es muy
positivo, estamos vivos, no tenemos ninguna herida, aparte una pequeña
magulladura en el cuello, el brazo derecho y en la dignidad, a mi esposa le
duele la mano que uno de los hampones le apretó para meterse el dedo de su
argolla de matrimonio en la boca. Todavía tengo la imagen del cuchillo
amenazante en el aire. ¿Cuántas noticias de heridos y muertos por una puñalada?
Definitivamente debíamos darnos por bien servidos.
En general nos robaron alrededor
de un millón pesos. También se pierde lo que hay que gastar, cambio de guardas
en el edificio y el apartamento, duplicados de los documentos con el tiempo que
implica. Esto no es nada si uno piensa que hubiera podido perder la vida.
Siempre llamamos un taxi al salir
de una reunión ¿por qué no lo hicimos esta vez? La confianza. ¡El exceso de
confianza! Porque es jarto estar sintiendo miedo, andar siempre prevenido. Estásbamos
en el Nicolás de Federmán, el barrio de mi tía, un territorio que sientes
seguro. Nos atracaron en la esquina del apartamento de mi tía, al frente de su edificio,
acabábamos de salir.
La mayor tristeza de todo esto es
saber que vivimos en la sociedad que hemos construido, jóvenes entre los 17 y
los 20 años especialistas en el raponazo y el atraco, que matan por un celular. ¿Qué hace que un
grupo de jóvenes anden por las calles delinquiendo, en lugar de estar estudiando,
divirtiéndose en algún lado o durmiendo en sus casas? No son malos, no son
delincuentes porque sí, son el resultado de esta sociedad que les ha cerrado
todas las puertas y no les ha dado mayores opciones.
Mientras vamos de regreso en el
taxi a casa, veo por las ventanas otras parejas en la calle, otras
personas, a la una de la mañana hay
mucha gente en este sector, cualquiera puede ser víctima, esta vez nos tocó a
nosotros.
¿Cuántas de estas víctimas deciden
después tomar venganza? Aparecen los grupos de limpieza que matan
indiscriminadamente muchachos en las esquinas, por el simple hecho de ser
jóvenes y pobres, vestir como raperos; no importa si son ladrones o no, si son
músicos o estudian. La gente con un mediano poder creé que tiene derecho a
matar. Nuestra sociedad construye esta situación y luego intenta remediarla
matando, como si fuera posible matar la consciencia de lo que como país hemos
hecho.
Sólo hay un camino para
contrarrestar este tipo de delincuencia, acabar la inequidad, acabar con las
condiciones que no le dan oportunidades a una buena parte de la gente, brindar
educación y condiciones dignas de vida.
Mientras sigamos alimentando este
sistema, tendremos que seguir soportando este tipo de situaciones. Hoy, mi
esposa y yo salimos ilesos ¿Cuánta gente no ha tenido la misma suerte?
Las cárceles están llenas,
superan el 200% de su capacidad. La policía convive con los delincuentes, hacen
parte de su círculo social, viven en los mismos barrios, sólo que tienen
uniforme; los jueces sueltan a los delincuentes que la policía captura en las
calles; la fiscalía persigue estudiantes de la Nacional para tener chivos
expiatorios, frente a casos como el del Centro Comercial Andino; los grupos de
extrema derecha, en sus iglesias se preocupan de los pecados de la gente y con
su doble moral juzgan su comportamiento sexual, atacan el proceso de paz, pero
la paz es único camino para repensarnos como sociedad y generar los cambios que
verdaderamente necesitamos. Creer que la violencia es la solución, lo único que
hace es alimentar el odio de los menos favorecidos e incrementar su
resentimiento.
Sí, estamos vivos, ilesos después
de esta experiencia, pero mientras estas condiciones sociales continúen, tenemos
que negarnos a gozar lo que una ciudad debiera brindarnos, caminar en la noche,
estar tranquilos, vivir sanamente como sociedad. A la clase dirigente le
interesa que vivamos con miedo, con muchos ladrones en la calle, para que la
gente sienta que estos son más peligrosos que los delincuentes de cuello blanco
que viven robando desde el sector público y siguen explotando desde el sector
privado. Que la policía, los jueces, las autoridades en general, estén ocupados
persiguiéndolos y la gente siga pensando que ese es el verdadero mal, que no
piensen que estos ladronzuelos son los hijos y nietos de los desplazados que
durante más de 50 años han alimentado la ciudad, son los hijos de un país con
una clase privilegiada que ha explotado, ha sembrado la inequidad, ha robado
continuamente desde los más altos cargos públicos. Que usa las leyes en función
de sus intereses y utilizan el Estado como el escritorio desde el cual
administran sus riquezas.