lunes, 28 de diciembre de 2015

PALABRAS COLGADAS DEL TECHO

Escribo porque hay un impulso interno que me obliga, aunque es una tortura que duele. Soy masoquista, el dolor de la escritura es una necesidad que me ayuda a respirar, que hace que mi sangre circule. Escribo porque las frases y las palabras me asaltan, a veces se esconden, quedan las ideas, pero las palabras se niegan a salir. Se divierten escondidas en algún rincón del cerebro, entre la percepción y la memoria. Se burlan de mí.

Escribo porque hay cosas que el mundo necesita leer, bueno, no todo el mundo, sino mi vecino, un amigo, quizás mi hermano. Escribo en secreto, ellos no saben que les estoy escribiendo, tampoco leen, no les importa, pero les escribo porque es necesario decirles lo que escribo.

Si no lo hago exploto, salgo volando en pedazos de mil palabras no escritas. No imagino mi estudio untado de frases y palabras, en el techo, en las paredes, escurriendo hasta llegar al piso. Palabras deformadas por la explosión, incompletas, con letras colgadas de los libros o de los bombillos.

A veces me encierro en mi tortura, las palabras están ahí, quieren salir, pero no las dejo, me quedo quieto, sentado en una silla, paralizado, y ellas se desesperan y saltan en mi cabeza, gritan de rabia porque no las dejo. Y pasan los días hasta que se aquietan, cansadas de su intento. Entonces, en el computador, escribo como loco desbordado. Es un vómito de mil palabras.