Tomó un sorbo de tinto. Sus ojos tenían el tono
opaco de la desilusión. Se sentía traicionado. ¿Tantos años de entrega para
qué? Pareciera que cada vez que llegara un directivo nuevo a la Universidad, hubiera
que borrar de tajo lo anterior. Como si
la facultad fuera un software que se puede programar para reiniciar de cero. ¿Y
el pasado? ¿Y los alumnos que han tomado sus cursos durante tanto tiempo? ¿Y
los quince años de promociones? ¿Y las publicaciones? ¿Y los cientos de videos
y premiaciones de los estudiantes? ¡Qué ironía! Ellos se quejan de los
profesores que se mantienen en sus clases a pesar de ser mal calificados. ¿Qué
dirán ahora, que le quitaron las clases al profesor mejor evaluado? “¡Hijueputa!”,
escupió Enrique, y su mirada se perdió por la ventana buscando la nada en los
salones. Tomé un sorbo de café, no pronuncié palabra, sólo lo acompañaba. Yo
también buscaba la nada y trataba de encontrar alguna razón que justificara las
continuas agresiones sobre él, uno de los mejores profesores de la facultad, de
la Universidad y, en mi concepto, el mejor profesor de televisión del país.
Me
inicie en el mundo de los libretos gracias a él, aunque más de una vez he jugueteado
diciendo que fue por su culpa. Recuerdo la calidez de sus clases apasionadas, llenas
de ejemplos inteligentes e imágenes cuestionadoras del mundo. No sólo estudiamos
las técnicas para la elaboración del guión, aprendimos a pensar. Entendimos que
contar una historia es más que una simple sucesión de imágenes grabadas y
editadas con máquinas, que detrás hay un sentido creativo muy fuerte, una
lectura de la realidad, del entorno. Qué un realizador de cine y televisión tiene
en sus manos la posibilidad de revelar los secreteos más profundos de la vida
humana, de denunciar, demostrar, cuestionar, valorar. Que el realizador adquiere
la capacidad de constreñir el corazón, de permitir una sonrisa irónica o
generar en el espectador la más estruendosa carcajada. Un buen número de
periodistas y comunicadores reconocidos fuimos sus alumnos. Su calidad como
maestro nadie la discute, por eso, ser alumno destacado de Enrique Vargas es
como pertenecer a un club. [...]
Para leer el cuento completo abrir el Link: Aires de rencor
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